


No es cierto que en California el aire huela a gasolina y que el viento ruja como un motor de cuatro tiempos, no lo es, pero yo tengo en gran consideración las opiniones de mi viejo amigo Piterbilt, que eso parece decirme cada vez que dejamos atrás el desierto de Nevada y entramos en su casa, en California. Él parece intuir que no es el Estado de la Unión con el que me sienta más identificado, pero lo que no sabe es que distruto profundamente con ese aire de deshinibición que reina desde Sacramento hasta San Diego. En California la vida se bebe a tragos largos, como si hacerlo a sorbos fuera una pérdida de tiempo, como si tuviera tantas cosas que ofrecer que fuera necesario vivir deprisa para poder disfrutar de todas ellas.
Chavales, alguna vez tenéis que viajar a este rincón del planeta para saber que el sexo y el amor se conocen pero hace tiempo que no se saludan; que la sensacíon de aventura va impregnada en el aire que se respira; y que como dijo aquélla pija australiana que se hacía llamar Olivia, las playas son de cristal y el viento monta en patines (¡joder, no se puede ser más cursi!, esta tiparraca lo que necesitaba era un buen cimbel matutino, ya me la estoy imaginando: "Errol, dime algo bonito", " a ver si te gusta esto, hija...").
Os dejo unas fotos de este paraíso, bueno, realmente son de mi amiga Priscila, la del bikini rosa (¡ay omá, como nadaba la jodía!)
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