Simplemente me hace gracia comprobar cómo nos abrigamos porque el termómetro marca cero grados; porque alguna mañana tenemos que quitar el hielo del coche; porque un sólo día durante el año vemos caer algunos copos de nieve. Esto sería un largo y cálido verano en las llanuras de Dakota del Norte, en donde es normal en un mes de enero cualquiera disfrutar de veinte grados bajo cero de media (con dos cojones).
En Dakota es muy frecuente que, si coincidimos por aquellas latitudes durante los meses de invierno, Peterbilt y yo tengamos que interrumpir nuestra ruta durante cinco o seis días porque las carreteras aparecen cubiertas por una capa de nieve de metro ochenta de altura (vuelven a ser dos los cojones). Y así nos ocurrió transportando un cargamento de troncos el pasado invierno, cuando nos vimos obligados a abandonar la interestatal 94 a la altura de Dawson, pueblecito de Dakota del Norte en el que sólo existe un bar, un mísero y pequeño bar, cuyo nombre va a ser difícil que olvide: "Dawson Café" (ahora sí, con dos grandísimos cojones, por complicarse la vida de esa forma con el nombre del garito).
Fueron tres los días que tuvimos que pasar en este pueblecito, aislados completamente por un infinito manto de hielo y nieve sin teléfono, sin luz, sin agua, a base de cerveza, patatas fritas costillares y la conversación de Billy, extraordinariamente obsesionado por las mujeres con pechos grandes
(- ¡¡¡¡¡aaaaacccccchhhhiiiiusssssss!!!,... joer Billy, vaya trancazo me voy a coger con este puñetero frío que os gastáis.
- No sé si te vas a pillar trancazo o no -me dijo desganado- pero te puedes hacer un buen corte si no te quitas antes de que se congele ese pedazo de moco que te cuelga de la nariz.
Será capullo el tío)
martes, 22 de diciembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario